Nadie reparó en el silencio hasta que fue demasiado tarde. La lámpara seguía encendida sobre la mesa, derramando un resplandor amarillo sobre las hojas arrugadas. Afuera, el murmullo de la calle parecía quedar atrapado en las paredes, como si todo el mundo hubiese decidido callar al mismo tiempo. Ella cerró el cuaderno con un gesto brusco. Lo había escrito de un tirón, como si necesitara arrancarse de dentro aquello que no se atrevía a pronunciar en voz alta. Era apenas un esbozo, un relato sin dueño todavía, pero sabía que pronto encontraría el lugar al que pertenecía. Y entonces comprendió que no escribía para ser leída. Escribía para no olvidar.